Reflexiones y noticias sobre la aplicación de la Filosofía a los diversos contextos ciudadanos del siglo XXI: desde las consultas filosóficas a la filosofía en la cárcel

domingo, 30 de noviembre de 2008

Baltasar Gracián y la Filosofía Aplicada

Estimados amigos y compañeros:

Después de la ponencia de la profesora Sánchez-Gey (de la que adjuntamos breve reseña abajo), tenemos el placer de contar el próximo Jueves con la participación del profesor José Ordóñez García. Ordóñez García ha sido nudo gordiano para el cambio del panorama español de la Filosofía Aplicada. Así, ha coordinado y colaborado en eventos de Filosofía Aplicada como el I y II Congreso Iberoamericano de la disciplina el 8th International Conference on Philosophical Practice o el I Máster de Filosofía Aplicada en la Universidad de Sevilla y libros como Saber pensar para saber vivir y Filosofía Aplicada a las Personas y Grupos.
Su conferencia versará sobre la utilidad del pensamiento graciano en nuestra profesión. Se celebrará el próximo Jueves, 4 de diciembre de 2008 a las 18 horas (Aula de Grados de la Universidad de Sevilla).
Animamos a la máxima difusión del evento.
José Barrientos Rastrojo (barrientos@us.es)
La profesora de la Universidad Autónoma de Madrid Juana Sánchez-Gey comenzó con una idea epictetea, que ha sido inspiración profesional del autor de la primera tesis doctoral sobre Filosofía Aplicada (Prof. Dr. Peter Raabe, Universidad Fraser Valley en Canadá): una filosofía que no alivia algún sufrimiento humano es vano. Sánchez-Gey nos ilustró con dos modos en que el pensamiento de Calderón de la Barca rinde utilidad a nuestra disciplina: (1) la obra calderoniana ofrece un marco en que se desarrolla un discurso significativo para el orientador filosófico y (2) provee de contenidos concretos de utilidad para el trabajo individual o grupal.
En cuanto al marco, se advierte que la filosofía española no ha de buscarse exclusivamente en los moldes encorsetados del sistema o el ensayo reflexivo: “No es el carácter sistemático, ni la abstracción lo que hace a la reflexión que sea filosófica, sino que el pensamiento sea riguroso, comunicable, y que aporte nuevo saber”
[1]. Siguiendo una profunda tradición que hunde sus raíces en el Quijote de Cervantes, Sánchez-Gey demanda la raíz filosófica de nuestra literatura. Razón de ésta aseveración es la obra del autor de La vida es sueño. Tal afirmación no es gratuita sino que nuestra pensadora lo justifica afirmando que la literatura calderoniana, y por extensión la española, discute las cuestiones más hondas de la condición humana, como veremos más adelante. Aparte de los temas está el formato en que esas verdades se nos abren a nuestro mundo: son auténticas evidencias (en el sentido zambraniano) que provocan una detención de la lectura y de la vida puesto que necesitan reflexionarse.
Por otra parte, la filosofía española siempre es una “filosofía con apellidos”. El pensador español ha avanzado sobre el sentido de la vida, de la libertad, de la conciencia, de la religión,…. En todo momento, ésta ha estado transida de una vitalidad respaldada por un sujeto que habla (se queja, agradece, grita, llora, ríe,…), una persona que actúa (se hace levantisco, fenece en tristeza, manifiesta locura o incomprensión,…) o una situación en que todos tienen derecho a manifestar su particularidad. La filosofía española no sólo ha versado sobre la vida sino que su misma entraña es ser viviente; por consiguiente, conforma una “filosofía con cintura”, según el parecer de la profesora de la UAM. La vida requiere una flexibilidad que trasciende el sistema sin negarlo. No podía ser de otra forma: si pensamos en filósofos españoles contemporáneos advienen a nuestra mente especialistas en ética (Savater, Amelia Valcárcel, Victoria Camps,…) o que se han dedicado a ella con interés.
Resumiendo, el marco propicio para la filosofía aplicada que trae el pensamiento calderoniano implica: (1) acercarnos a la filosofía desde la literatura, (2) ubicarnos en las preguntas más hondas de la condición humana, (3) fraguar un saber de tipo evidencial, (4) ponernos en contacto con un pensamiento desde la vida y (4) conectarnos con inquietudes éticas. Concretemos algunos temas calderonianos.
El primero sería el análisis de la libertad humana. El ser humano es capaz de ser libre a pesar de las constricciones físicas. Según el ejemplo epicteteo, se podrá encadenar la pierna de un esclavo, pero su espíritu sólo será siervo por opción personal. La razón determina la libertad del individuo. Además, las virtudes intelectuales y éticas tradicionales como la prudencia o la templanza protegen tal derecho y deber. Decimos bien, deber, porque el filósofo no sólo tiene el derecho de ser libre, su misma esencia debería ser la constitución de su ser como ser libre. Segismundo, el protagonista de La vida es sueño, es semblante de ese anhelo.
Adherimos lo anterior a la pronunciada por los filósofos helenos o por el contemporáneo Pierre Hadot: ser filósofo es más que conocer un conjunto de teorías filosóficas, la filosofía es un modo específico de vivir. Por eso, la condición de filósofo no se gana desde el hecho de aprobar medio centenar de exámenes, sino que se obtiene desde la mirada escrutadora de los demás. Un ejemplo de filósofo español que respeta este sentido fue Sanz del Rio, introductor del krausismo en nuestro país.
El segundo es la búsqueda de la unidad y la armonía. Lejos de pretender una exclusión del otro, la unidad calderoniana aúna la naturaleza esquizoide y anima al sujeto a encontrar su centro y desde ahí andar el propio camino.
Tema nodal es la propuesta de Sánchez-Gey referente al amor: quien quiera entender qué es el amor, sólo ha de leer La vida es sueño. Allí, se destaca un auténtico proceso de amor. No asistimos a un sentimiento de dependencia o de falsedad cortés sino a un proceso análogo al leibniciano (amar es encontrar la felicidad propia en la del otro) o al descubrimiento del yo desde el tú.
Precisamente, el punto anterior nos conduce a otro asunto calderoniano: la conciencia y la identidad. Toda identidad es dialógica e integradora. No hay yo sin tú. No hay identidad sin una mirada que rescate abismos personales que, nosotros mismos, desconocemos. Obviamente, esto posee connotaciones éticas de indudable valor. No haría falta justificar la moral o la ética de modo deontológico, sino que una mera postura pragmática sería suficiente: preocúpate del otro, aunque sea por tu propio interés
Por último, repetir que no se hace apología de todo esto desde contundentes argumentos sino desde ese tipismo de la reflexión española que hace manar sus razones desde la misma vida actuante dentro de la narración.
[1] SÁNCHEZ-GEY VENEGAS, J.: “Sobre el hombre calderoniano o la razón de una duda” en AA.VV.: Calderón de la Barca desde la modernidad, Fundación Fernando Rielo, Madrid, 2001. Pág. 161.

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